“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Génesis 1:1
Comenzar algo casi siempre es sinónimo de emociones y actitudes positivas: alegría, buena disposición, determinación. Nos gusta pensar que lo que empezamos, lo vamos a terminar en buen término. Nos imaginamos cómo será el resultado final. Tenemos poca conciencia de lo que viene, del camino y de los obstáculos que harán esquiva la meta.
Sin embargo, eso nos pasa a nosotros, los seres humanos. Dios, por su parte, sabe todo desde el principio (Isaías 46:10). Cuando Dios creó al mundo y al ser humano también se alegró, “vio todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera”, Génesis 1:31. Le dio al ser humano todo lo que necesitaba para que fuera feliz, pleno y armonioso. Le dio un mundo perfecto, le dio instrucciones claras y precisas, además de brindarle una compañía inmejorable. Aun con todo, nuestros primeros padres tomaron un camino contrario al que Dios les había dado y hoy vemos los resultados de esa primera mala decisión.
La mayoría de las cosas que conocemos tienen un principio. Las plantas, cuando comienzan como semillas; los animales, cuando los vemos nacer de un huevo o de un vientre; las casas y edificios, cuando solo vemos los planos y terrenos sin nada; los proyectos y empresas, cuando apenas son ideas; el día, cuando vemos la mañana oscura volverse más clara hasta ver el resplandor completo del sol al mediodía. Nosotros, que comenzamos este viaje que llamamos vida como bebés indefensos.
Hoy comienza un nuevo año. Hoy es el principio de un espacio temporal que hemos determinado para darle inicio a nuevos ciclos escolares, de trabajo, de todas esas fechas especiales para nosotros. Muchos de nosotros comenzamos el año con objetivos y metas que esperamos se realicen: hacer ejercicio, bajar de peso, comer mejor, leer un número determinado de libros, aprender un nuevo idioma, desarrollar una nueva habilidad, emprender un negocio, tener un nuevo trabajo o trabajar mejor y un sinnúmero más de otros propósitos.
La realidad es que la mayoría de esos objetivos y metas quedan a medio terminar, se abandonan o simplemente se olvidan. Es más fácil comenzar algo que terminarlo. Las circunstancias adversas, las ocupaciones, las distracciones o sencillamente la pereza hace que dejemos lo que nos hemos propuesto muchas veces a los pocos días de comenzar. Solo basta con mirar cuántas personas se inscriben a un gimnasio, pagan una mensualidad (algunos hasta la anualidad entera) y a los pocos días ya no vuelven.
Quiero decirte una verdad que tal vez no es muy popular: el cambio del 31 de diciembre al 1 de enero de un año a otro no cambia nada. Así es, nada. No hay nada en nuestro organismo o mente que haya cambiado sustancialmente. No hay nada en el ambiente que muta o se transforme. Somos en esencia los mismos y el mundo es el mismo. Pero sí hay algo que cambia: nuestra disposición. La idea de algo nuevo, de comenzar un nuevo año, nos trae esas emociones y las actitudes de las que hablábamos al principio. Este día nos ayuda a pensar en lo que sucedió el año anterior como algo pasado, dejado en otro lugar. Solo que la disposición muchas veces no es suficiente. Por eso, claudicamos en nuestros propósitos tan fácilmente.
Dios sí nos ayuda a dejar nuestro pasado atrás y a comenzar cosas nuevas. Él nos dice: “yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”, Isaías 43:35. Nos recuerda: “Yo hago nuevas todas las cosas”, Apocalipsis 21:5. Te invito a que comiences este año con él, ese sería el mejor propósito de todos. Ponle tus planes a sus pies y dile: “Ayúdame a que estos propósitos no queden a medio empezar”. Confiésale tus pecados, ábrele la puerta y permite que su gracia te transforme. ¡Este sí es un gran comienzo de año!
Daniel Ramírez
