“La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Génesis 1:2
Nunca he logrado ser tan ordenado como mi madre ha querido siempre. Desde pequeño luchó conmigo para que tendiera la cama, organizara mi cuarto, lavara los platos y no dejara cosas regadas por allí como si no tuvieran dueño. Desde entonces, me he esforzado por serlo, pero ya adulto veo que debí seguir los consejos de mi querida madre. Ser ordenado permite que las cosas tengan su lugar y sea más fácil encontrarlas, además de dar una sensación de paz y control. El orden es bello, es admirable, es necesario.
Dios es orden, por definición y por acción. Es decir, él mismo es la fuente de lo ordenado, de lo armonioso, de lo perfecto y así también son sus obras. En efecto, el orden es lo que da paz, como lo dice 1 Corintios 14:33, “porque Dios no es un Dios de desorden, sino de paz”. El universo se rige por el orden, las leyes que lo gobiernan hacen que pueda ser posible lo que conocemos y la vida misma. El orden es necesario en la sociedad y en lo personal, lo necesitamos para que nuestro mundo y nuestra vida funcionen.
Por eso, resulta extraño que la tierra estuviera desordenada y vacía al principio. Pareciera que Dios hizo a medias este mundo y lo dejara por allí para después arreglarlo. Sin embargo, lo importante que debemos entender es que Dios es alguien de procesos. Aunque evidentemente, Dios pudiera haber creado la tierra tal como fue al final desde el primer día, tomó su tiempo en la creación de este planeta. Incluso, al final se tomó la tarea de crear al ser humano con sus propias manos y no con su palabra como lo había hecho con las demás cosas (véase Génesis 2:7).
Hay un aspecto más de este primer estado de la tierra: estaba vacía. Ahora, si miramos el texto, no había un vacío absoluto, había abismo y agua. En efecto, las palabras para desordenada y vacía en hebreo son tohu y bohu, que significan sin orden y desierta, sin vida, misma palabra que se usa en Jeremías 4:23 e Isaías 34:11. En realidad, lo que no había era vida. Es que sin vida no hay nada interesante que ver. He estado en desiertos, en específico el más árido del planeta, el Atacama. Aunque en un inicio da un sensación de imponencia, luego es aburrido ver arena y solo arena. Mientras que cuando he estado en el Amazonas, la vista siempre encuentra algo en qué fijarse.
Por último, estaba el Espíritu de Dios, el ruaj. En medio del desierto, del desorden, allí está Dios. Realmente, no sé cómo está tu vida actualmente, pero en general siento que casi todos tenemos esa sensación de desorden, de vacío, de soledad. Aunque recién pasaron las fiestas navideñas, las reuniones familiares, la alegría, muchos vuelven a sentirse solos y vacíos. El pecado es el que trae desorden a nuestra vida, hablo del pecado de otros y él nuestro, porque a veces hay circunstancias que se salen de nuestras manos y otras de las que nosotros mismo somos responsables.
Tal vez sientas que este año comienza con desorden, con caos, con vacíos. Probablemente cargas con esto desde hace mucho. No obstante, quiero decirte que el Dios de los procesos está contigo, que si lo dejas él empezará a darle orden a tu vida. Puedes comenzar este año y este día de su mano. Él está ahí, no importa cuán desordenada y vacía sientas tu vida. Él se movía sobre la faz del abismo y las aguas. Él se mueve sobre tus abismos y tus lágrimas. Levanta tu rostro y dile: aquí estoy, Señor, ordena y llena mi vida.
Daniel Ramírez
