“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: ‘De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.’” Génesis 2:15-17

Desde hace siglos, las leyes han existido para proteger la vida y el bienestar humano. Piensa, por ejemplo, en la ley de gravedad. Aunque parece restrictiva en un inicio, en realidad, no nos limita, sino que nos permite caminar, correr, e incluso volar en aviones. Sin esta ley, el mundo sería un caos. Pero, ¿qué sucede cuando alguien decide ignorarla y se lanza desde un edificio? La ley de gravedad no es cruel ni injusta, simplemente funciona como fue diseñada. Lo que hace la diferencia es cómo respondemos a ella.
Lo mismo sucede con las leyes de Dios. En el huerto del Edén, Dios dio al hombre un mandato claro: podían disfrutar de todo lo que había, menos de un solo árbol. Es importante notar el énfasis: “De todo árbol del huerto podrás comer.” Dios no creó un mundo de restricciones; creó un mundo lleno de libertad, abundancia y opciones. Pero también estableció un límite, no porque fuera arbitrario o porque quisiera privar al hombre de algo, sino para protegerlo. El límite no era una carga, era una expresión de su amor.
El enemigo, sin embargo, trabaja diferente. Siempre nos lleva a enfocarnos en lo único que no podemos hacer, como lo hizo con Eva: “¿Conque Dios os ha dicho: ‘No comáis de todo árbol del huerto’?” (Génesis 3:1). Torció el mandato, distorsionó el carácter de Dios y llevó a Eva a centrarse en la prohibición, ignorando todo lo demás que tenía a su disposición. Este es su método recurrente: nos hace ver las leyes de Dios como restricciones injustas, en lugar de protecciones amorosas.
Es como si nos invitaran a un cumpleaños y hay una mesa con comida deliciosa y abundante, pero en el centro hay un plato reservado para la persona que está de cumpleaños. Sin embargo, nos quedamos toda la reunión viendo precisamente el plato que no podemos comer, mientras los demás disfrutan de la comida y nosotros nos quedamos sin probar por desear algo insignificante. Así pasa con nosotros y así nos quiere ver el enemigo.
Jesús dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Las leyes de Dios no son un castigo; son una guía para vivir plenamente. Nos dicen qué evitar, no porque Dios quiera controlarnos, sino porque desea lo mejor para nosotros. Al igual que la gravedad nos permite disfrutar de la vida si la respetamos, las leyes divinas nos llevan a una vida llena de paz, propósito y bendición cuando las obedecemos.
El apóstol Pablo escribió: “Porque los mandamientos de Dios son santos, justos y buenos” (Romanos 7:12). Dios no nos pide cosas irracionales; su ley es lógica y está diseñada para nuestro bienestar. Pero el enemigo siempre buscará tergiversarla. Nos hará ver el “no comerás” como algo negativo, en lugar de recordar que detrás de cada mandamiento hay una invitación a la vida, no a la muerte.
Reflexionemos en esto: Dios nos da tanto y pide tan poco. Nos da un mundo lleno de oportunidades, pero establece límites para evitar que nos hagamos daño. Es fácil ver las leyes como restricciones, pero en realidad son puentes hacia la vida en abundancia. Cuando obedecemos a Dios, no perdemos, ganamos.
Hoy, si sientes que las leyes de Dios son una carga, vuelve a leer lo que dijo en Génesis: “De todo árbol del huerto podrás comer.” Mira todo lo que Dios te ha dado. Cambia tu enfoque. No te obsesiones con lo poco que no puedes hacer. En lugar de eso, agradece por todo lo que puedes disfrutar dentro de su voluntad.
Porque las leyes de Dios no son cadenas, son alas. Y con ellas, podemos vivir como él nos diseñó: libres, plenos y llenos de propósito.
Daniel Ramírez
