“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.” Génesis 3:6

El proceso que llevó a Eva a pecar no fue instantáneo, sino gradual. Como sucede con cada tentación, Satanás utiliza un método sutil y estratégico para llevarnos al pecado. La Biblia lo llama “la serpiente antigua” en Apocalipsis 12:9, identificándolo claramente como Satanás, quien desde el principio ha engañado al mundo. Veamos cómo ocurrió:
- Contemplar: El primer paso fue mirar. Eva fijó su atención en el árbol prohibido. Aunque Dios ya había dicho que no lo tocara, ella lo observó, lo analizó, y permitió que la tentación comenzara a tomar forma en su mente. Cuando contemplamos lo que sabemos que está mal, le damos lugar al enemigo para que siembre duda y deseo en nuestro corazón.
- Razonar (racionalizar): Aquí entra el papel de Satanás. La serpiente tergiversó las palabras de Dios. “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1). Con esta pregunta, insinuó que Dios estaba siendo injusto o limitante. Luego, al decir: “No moriréis” (Génesis 3:4), contradijo directamente a Dios, sembrando la idea de que las consecuencias del pecado no serían tan graves. Satanás hace lo mismo con nosotros hoy: nos lleva a justificar nuestras decisiones equivocadas, minimizando el impacto que tendrán en nuestra vida.
- Acercarse más (tomar del fruto): Una vez que Eva creyó la mentira, se acercó al árbol, extendió su mano y tomó el fruto. Este paso es crucial porque implica acción. Contemplar y razonar pueden ser internos, pero acercarnos físicamente al pecado muestra que hemos cedido. Es el momento en el que cruzamos un límite que antes estaba claro.
- Cometer el pecado (comer el fruto): Finalmente, Eva comió del fruto. Lo que parecía atractivo y deseable resultó ser la causa de su separación de Dios. Este acto marcó el momento en que la desobediencia se concretó.
- Inducir a otro a pecar (dar a su marido): Eva no se quedó sola en su pecado. Ella ofreció el fruto a Adán, quien también comió. El pecado no solo afecta a quien lo comete; tiene un efecto expansivo que involucra a otros. Cuando pecamos, muchas veces inducimos o llevamos a otros a pecar, ya sea por nuestra influencia directa o por las consecuencias de nuestras acciones.
Satanás continúa usando las mismas tácticas hoy. Comienza tergiversando las palabras de Dios, confundiendo nuestra percepción de lo que es correcto y lo que no lo es. Nos hace ver el pecado como algo “pequeño” o “sin importancia”, y nos lleva a contemplarlo hasta que cedemos. Es por eso que la Biblia nos advierte: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
El pecado es restrictivo no porque Dios quiera privarnos de libertad, sino porque sus leyes nos protegen. Cuando caemos, no solo nos hacemos daño a nosotros mismos, sino también a quienes nos rodean. Adán y Eva no solo se separaron de Dios, sino que afectaron a toda la humanidad. Del mismo modo, nuestros pecados pueden herir a quienes amamos, destruir relaciones y perpetuar ciclos de sufrimiento.
No razonemos con Satanás. No contemplemos lo prohibido. No nos acerquemos al pecado creyendo que podemos manejarlo. “Aparta tu pie del mal” (Proverbios 4:27) no es una sugerencia; es una advertencia sabia. Cuando elegimos obedecer a Dios, no solo evitamos el dolor y las consecuencias del pecado, sino que también preservamos nuestra comunión con Él y nuestro testimonio hacia los demás.
Hoy, si enfrentas tentación, recuerda que tienes un Dios que te da fuerza para resistir. Clama a Él, aparta tu mirada del mal y camina en obediencia, porque en su voluntad hay verdadera libertad y plenitud. “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Daniel Ramírez
