Así quedaron acabados los cielos y la tierra, y todo su ejército. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo, y reposó en el día séptimo de toda la obra que hizo.” Génesis 2:1-2

Desde siempre he tenido una relación ambivalente con el descanso. Muchas veces me he dicho que debo hacer una pausa, tomar un respiro y no abarcar más de lo que puedo manejar. Otras veces siento que aunque descanse un poco, no lo merezco o hay algo que está sin hacer y debo ponerme a trabajar. Sin embargo, en una sociedad que mide el éxito por cuán ocupados estamos, el descanso parece un lujo que pocos pueden permitirse. Siempre hay algo más que hacer, un pendiente que cumplir o una responsabilidad que no puede esperar. Y aun cuando logramos parar, muchas veces no encontramos la paz que esperábamos.
Dios, en su sabiduría infinita, nos enseña desde el principio que el descanso es sagrado. No porque él lo necesitara, porque Dios no se cansa ni se agota, sino porque quería mostrarnos que detenernos es parte fundamental del orden que él estableció. El sábado no es solo un día de reposo físico; es un recordatorio de quiénes somos y a quién pertenecemos. Es un llamado a detenernos, mirar su creación y agradecer por lo que ha hecho en nuestras vidas.
El descanso que Dios nos invita a tomar no es vacío, es lleno de propósito. Es una pausa para reconocer su soberanía y experimentar su paz. En un mundo donde todo parece girar a un ritmo frenético, el sábado nos recuerda que no somos esclavos del tiempo ni de las demandas de esta vida. Como dice Marcos 2:27: “El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.”
Pienso en cuántas veces he trabajado hasta el agotamiento, buscando cumplir metas y satisfacer expectativas, solo para sentirme más vacío al final del día. Pero Dios nos invita a un descanso diferente, uno que renueva tanto el cuerpo como el alma. Ese descanso solo puede venir de él, porque, como Jesús lo dijo en Mateo 11:28, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”
Hoy, quizás necesitas detenerte. Tal vez tu vida está llena de compromisos, tareas y preocupaciones. Tal vez sientes que el peso del mundo está sobre tus hombros. Dios te invita a entrar en su reposo, no solo el sábado, sino cada día, entregándole tus cargas y confiando en su cuidado. Así como Dios acabó su obra y descansó, también podemos confiar en que él tiene el control de nuestra vida, aun cuando no lo vemos con claridad.
Detente un momento, mira a tu alrededor y respira. Recuerda que el descanso no es un acto de debilidad, sino de fe. Es confiar en que Dios cuida de nosotros, incluso cuando nos detenemos. Hoy puedes decirle: “Señor, aquí estoy. Enséñame a descansar en ti.”
Dios te bendiga y que encuentres en su reposo la paz que tanto necesitas.
