“Y dijo Jehová Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.’” Génesis 2:18

En 2021, un estudio reveló que la soledad era una de las mayores causas de muerte prematura en el mundo, comparable incluso con el impacto del tabaquismo. Vivimos en una sociedad donde la conexión parece más accesible que nunca, pero paradójicamente, el aislamiento sigue creciendo. Hay personas con cientos de amigos/seguidores en redes sociales, pero no tiene idea de cómo se llama su vecino.
Desde el principio, Dios declaró que no es bueno que el hombre esté solo, y su solución fue crear a Eva, no solo para que casarse con Adán, sino para mostrar el diseño divino de las relaciones humanas. Fuimos creados para vivir en comunidad, para amar, servir y apoyarnos unos a otros.
El matrimonio es una expresión hermosa de esta necesidad de compañía. Dios no creó a Eva como un subordinado ni como una rival, sino como una “ayuda idónea”, alguien que complementa y enriquece la vida del otro, por eso fue tomada de la costilla, no de lo pies ni de la cabeza, porque hombres y mujeres somos iguales ante Dios; el machismo nunca tuvo cabida en el Edén. “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). El matrimonio no solo es una relación, es un pacto, un espacio donde dos personas reflejan el amor, la fidelidad y la unión que Dios desea para su creación.
Sin embargo, esta verdad no se limita al matrimonio. Dios nos diseñó para relacionarnos con otros en general. La Biblia está llena de principios para tratar a los demás:
- Amar al prójimo como a ti mismo (Mateo 22:39): Esto implica respeto, empatía y cuidado hacia los demás.
- Soportarnos con paciencia y perdonarnos mutuamente (Colosenses 3:13): Porque todos cometemos errores y necesitamos gracia.
- No hacer nada por contienda o vanagloria, sino estimando a los demás como superiores a nosotros mismos (Filipenses 2:3): Esto nos llama a la humildad y al servicio.
Las relaciones humanas son maravillosas y absolutamente necesarias para nuestra vida. No obstante, aunque las relaciones humanas son esenciales, también hay límites. Uno de los mayores errores de Adán fue poner a Eva por encima de Dios. Cuando ella le ofreció el fruto prohibido, él eligió desobedecer a su Creador para complacer a su compañera. Este acto nos enseña una lección importante: ninguna relación, por más valiosa que sea, debe ocupar el lugar de Dios en nuestra vida. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Esto no significa descuidar a quienes amamos, sino recordar que nuestra lealtad principal siempre debe ser hacia Dios.
Además, las relaciones requieren sabiduría y discernimiento. No todas las personas que encontramos en la vida son buenas para nosotros. “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33). Rodearnos de personas que nos edifican, que nos acercan a Dios y que buscan nuestro bienestar es crucial.
En un mundo donde la soledad puede ser mortal, valora las relaciones que tienes. Llama a ese amigo que hace tiempo no ves, sé intencional con tu familia, invierte en tu matrimonio, si lo tienes, y no temas abrir tu corazón para hacer nuevas conexiones. Pero hazlo siempre recordando que ninguna persona puede llenar el vacío que solo Dios puede llenar.
Dios dijo que no es bueno que estemos solos porque somos reflejo de su naturaleza, y Él mismo vive en comunidad perfecta como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Busca a Dios primero y permite que él guíe tus relaciones. Él desea que vivas en compañía, pero siempre bajo su diseño y con el equilibrio que trae verdadera paz y plenitud.
Daniel Ramírez
