“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.” Génesis 11:1

El ser humano parece estar condenado a olvidar las lecciones del pasado. Después del diluvio, cuando Dios había dado una nueva oportunidad, la humanidad decidió unirse nuevamente, pero no para buscar a Dios ni para vivir conforme a su voluntad, sino para desafiarle. La construcción de la torre de Babel no era solo una obra arquitectónica; era una declaración de independencia y orgullo humano. Creían que podían llegar al cielo por sí mismos, que no necesitaban a Dios.
Un mismo lenguaje puede ser una bendición cuando se usa para bien, para construir y avanzar. Pero cuando las personas o sus líderes guían hacia caminos equivocados, la unidad puede ser peligrosa. No es casualidad que Maquiavelo dijera: “Divide y triunfarás”. En este caso, Dios no destruyó con agua ni con fuego. Su acción fue más simple y efectiva: confundió el idioma de los hombres. Al no entenderse entre sí, dejaron de construir, buscaron a los suyos y se esparcieron por la tierra.
Esta historia refleja mucho de lo que vivimos hoy. A pesar de las advertencias constantes, seguimos olvidando las lecciones. El cambio climático es un ejemplo claro. Vemos huracanes más fuertes, incendios que arrasan bosques enteros, temperaturas extremas, pero nuestra respuesta es seguir consumiendo y destruyendo, como si las consecuencias no fueran reales. Es como si estuviéramos construyendo nuestra propia torre de Babel, ignorando que este camino solo lleva a la destrucción.
Además, hemos apartado a Dios de nuestras vidas y de nuestra sociedad. Al quitar los valores bíblicos de las escuelas y de nuestras casas, enfrentamos un mundo lleno de crimen, vacío existencial y desesperanza. El aumento de los suicidios, la violencia y la deshumanización son evidencia de que, cuando el ser humano se aleja de Dios, el resultado es siempre el caos.
Pero esta realidad también se refleja en nuestras vidas personales. Cuántas veces Dios nos ha mostrado que separados de él nada podemos hacer, y aun así, seguimos nuestros propios caminos, ignorando sus advertencias. En su misericordia, Dios a veces interviene, cambia nuestra dirección, nos pone barreras o nos quita lo que pensamos que necesitábamos, no para castigarnos, sino para salvarnos de nosotros mismos.
Hoy, podemos aprender de estas lecciones. Podemos decidir no construir nuestra vida sobre el orgullo ni alejarnos de Dios. Podemos elegir atender a su llamado, recordar que sus caminos son más altos que nuestros caminos, como dice Isaías 55:9: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Él siempre está dispuesto a guiarnos y a mostrarnos un propósito mejor. Que nuestras decisiones no repitan los errores del pasado, sino que reflejen un corazón dispuesto a seguirle.
